La productividad (o no) de tocarse las gónadas a dos manos
En el que nos preguntamos sobre las ventajas del aburrimiento y su papel en nuestra vida cotidiana.
El otro día me quedé clavado en la calle en la confluencia de Canalejas y la Carrera de San Vicente, de camino a la oficina. Podía estar (apenas) de pie, apoyado contra la pared de un comercio, pero cada paso me suponía un dolor agónico, uno de los mayores que he experimentado nunca antes en mi vida. El simpático señor que trabajaba en el kiosco cercano me tuvo piedad y me preguntó si necesitaba ayuda. Le respondí la verdad: “Lo que necesito es alguien que me lleve en una carretilla”. Afortunadamente, había un ambulatorio cercano, en el que pasé toda la mañana (incluso asistí a una reunión de trabajo por Teams). Después de ser pinchado con una dosis de droga claramente insuficiente, terminé sin estar mucho mejor pero capaz al menos de encaramarme al taxi que me llevaría a casa.
El taxista a cargo de mi bienestar fue un bendito. Campeón de España de boxeo y con más medallas que yo dientes, me explicó algunos trucos del lumbago, y en las horas siguientes tanto mi médico de cabecera como mi jefe fueron extremadamente comprensivos. Así las cosas, me preparé estoicamente para asumir mi primera baja laboral desde hace casi una década, cuando me rompí el ligamento cruzado de la rodilla derecha como un Militao cualquiera.
Obviamente, no soy ningún superhombre. Me he acatarrado y he cogido el COVID-19 en otras ocasiones. No es que nunca me ponga enfermo. Pero la mayor parte de las veces han sido cosas cortas, las típicas que se resuelven sin tener que hacer papeles. Y quizá os sorprendería cuántas de mis enfermedades han coincidido con mis vacaciones. En este sentido, soy una combinación ideal para cualquier empresa: soy un cenizo integral y un pardillo.
Ahora me encuentro mejor, casi siete días después, gracias principalmente a los cuidados de mi cariñosa esposa. Y como en mi empresa tienen una política más que sensata de teletrabajo, he acordado con la superioridad pedir el alta pero trabajar desde casa durante los próximos días.
La gran ventaja del lumbago es que, a diferencia de las cosas febriles, te permite leer, responder a correos desde el móvil, coger llamadas y mantener una cierta apariencia de que estás manteniendo el ritmo, aunque estés en cama con el pelo desarmado, en pijama y con una faja lumbar cuyo funcionamiento te hace pensar en la protagonista de Titanic.
Sobre todo, te permite pensar.
Una de las cosas a las que he dado muchas vueltas es en lo que ha anunciado mi amiguete David Bonilla al anunciar un flamante año sabático. No porque yo pretenda hacer algo parecido, ni mucho menos. No sólo no puedo permitírselo, sino que además no quiero. Estoy en una guerra personal (y laboral) para abrir a una cierta competencia el mercado del autobús de larga distancia, lo que en Reino Unido llaman ‘coach’, que en nuestro país se encuentra secuestrado por malsanos embalsamadores, y me niego a bajarme de esta burra hasta conseguir que los españoles con menos recursos se libren del apestoso monopolio que les tiene secuestrados desde hace un siglo.
Pero la forma de David de reflexionar sobre qué hacer ante un periodo de tiempo ilimitado de asueto ha tocado algunos resortes dentro de mí.
Hace años, en el inicio de mi vida laboral, tuve una época en la que sólo trabajaba de viernes a domingo. Tenía que hacer un saco de horas, eso sí, a turnos con mi compañera Graciela. Pero recuerdo mucho menos el agotamiento de la actualidad de la agencia de noticias que aquella molesta sensación que tenía, de lunes a jueves, de estar en el paro. Fue mi época de no ser mecenas de un gimnasio sino un usuario activo. Mi época de apuntarme a clases de chino -aprendí sólo que estaba fuera de mi alcance-. Mi época de sentir que estaba tirando mi vida por el retrete, a pesar de tener todo el tiempo del mundo. Tenía 23 años y era imbécil, sabréis perdonarme.
A todo esto se le junta una conversación que tuve en Twitter a raíz de un tuit de @pqtt. Es verdad que la última campaña publicitaria de Netflix en España es… discutible. Pero el tuit del colega era inapelable.
Y lo digo después de haber insistido mucho, a lo largo de mi vida, en que si te vas a meter ocho horas de series del tirón porque se te pone en las narices, ver todos esos contenidos en versión original es el esfuerzo más minúsculo que se me ocurre para agregar cierta practicidad a un uso ocioso de tu tiempo. Al menos si tienes cierto interés en aprender idiomas que no sean el tuyo y/o disfrutar de la interpretación original de los actores y las palabras precisas de los guionistas,.
A todo esto se le añadió un vídeo de uno de mis humoristas preferidos de Youtube, Ryan George, que hace muchas cosas graciosas, siendo mi preferida la serie de Pitch Meetings (“Super easy, barely an inconvenience!”). En uno de sus repasos a un vídeo antiguo, le preguntaron a Ryan si, como creador de contenido, no siente remordimientos cuando hace cosas no asociadas con su canal.
“Es una buena pregunta y un desafío constante tanto para mí como para la mayoría de las mentes creativas. Estoy convencido de que esta lucha se extiende más allá del ámbito laboral creativo, pero desconectar resulta ser una tarea ardua. En mi intento de lidiar con esto, aunque con resultados poco satisfactorios, recurro a un consejo sobre creatividad cuyo origen no recuerdo y por lo que me disculpo con el autor. En esencia, en el trabajo creativo, extraemos elementos auténticos de la experiencia vital y los transformamos a través de cualquier medio a nuestra disposición. Me esfuerzo por recordarme a mí mismo que se requiere de esta experiencia para lograr unos resultados significativos. En otras palabras, es necesario vivir y experimentar para obtener el material crudo esencial para el trabajo creativo, ya sea a través de la exploración emocional, la inmersión en videojuegos, la lectura de libros o los viajes, entre otras cosas. Así que cuando la culpa se apodera de mí, trato de recordarme que estoy en una fase de recopilación de experiencias. Aunque resulta complicado resistir la tentación de usar esto como excusa para pasarme cinco horas mirando TikTok, sé que este proceso contribuye, en cierta medida, al desarrollo creativo”.
De hecho, no sé si se refería a él, pero hay una cita de Walter Benjamin, que escribió en ‘Iluminaciones’ y que se utiliza a menudo para hablar de esto. La que dice que “el aburrimiento es el pájaro del sueño que incuba el huevo de la experiencia”
Pero me gusta mucho el párrafo del que procede, porque habla de narrativa y de relato. Y ya me vais conociendo.
“No hay nada que traiga una historia a la memoria de manera más efectiva que esa casta concisión que excluye el análisis psicológico. Y cuanto más natural sea el proceso mediante el cual el narrador prescinde de los matices psicológicos, mayor será la reclamación de la historia de un lugar en la memoria del oyente, más se integrará completamente en su propia experiencia, y mayor será su inclinación a repetirla a alguien más algún día, más pronto o más tarde. Este proceso de asimilación, que se lleva a cabo en profundidad, requiere un estado de relajación que se vuelve cada vez más raro. Si el sueño es el apogeo de la relajación física, el aburrimiento es el apogeo de la relajación mental. El aburrimiento es el pájaro del sueño que incuba el huevo de la experiencia. Un susurro en las hojas lo ahuyenta. Sus lugares de anidación, las actividades que están íntimamente asociadas con el aburrimiento, ya están extintas en las ciudades y están disminuyendo en el campo también. Con esto se pierde el don de escuchar y la comunidad de oyentes desaparece. Porque contar historias es siempre el arte de repetir historias, y este arte se pierde cuando las historias ya no se retienen. Se pierde porque ya no hay tejido y hilado mientras se escuchan. Cuanto más olvidadizo es el oyente, más profundamente queda impreso en su memoria lo que escucha. Cuando el ritmo del trabajo lo ha atrapado, escucha los relatos de tal manera que el don de contarlos le viene solo. Así, esta es la naturaleza de la red en la que se mece el don de contar historias. Así es como hoy se está desenredando en todos sus extremos después de ser tejido hace miles de años en el ambiente de las formas más antiguas de artesanía”.
Me gusta porque habla de formas de vida y de contar historias que tienen casi un siglo. Lo que hoy llamamos “aburrimiento”, incluso lo que llamamos “productividad”, no tiene absolutamente nada que ver con lo que se vivía cuando se escribieron estas líneas. Pero creo que sí nos ofrece una verdad trasladable y asimilable.
Nuestro cerebro es como una pila que requiere estar cierto tiempo sin hacer nada interesante, o cosas razonablemente diferentes a su actividad más intensiva, para funcionar a pleno rendimiento. Cuando hace unos años cogí la buena costumbre de salir a correr, lo hacía porque era la forma más poderosa de aburrirme, de dejar vagar la mente por lugares a los que normalmente no le dejo ir porque dedico mi energía a otras cosas.
También hay videojuegos que están estrictamente relacionados con la habilidad, y que no precisan de pensamiento estratégico o de una comprensión de situaciones y diálogos, que me parecen maravillosos porque sólo necesitan de coordinación mano-ojo y no de las cualidades que uso en mi profesión. Del mismo modo, recoger la cocina o hacer la comida son actividades trabajosas y creativas, respectivamente, pero que activan diferentes interruptores.
Por cada cita a favor del aburrimiento os encontraréis otras muchas fieramente en contra. Con Nietzsche a la cabeza de esas tropas y Lladó al fondo, con su ejército de lambos y doñas, hay un ejército de señores grises armados con sables láser de supuesta superioridad moral, que te exigen aprovechar cada minuto disponible como si fuese el último, y para los que tu aburrimiento les resulta insultante.
Pero las cosas no son tan fáciles.
Neil Gaiman escribió: “A veces tienes ideas cuando sueñas despierto. Otras, cuando estás aburrido. Tienes ideas todo el tiempo. La única diferencia entre los escritores y el resto de la gente es que nosotros nos damos cuenta de cuándo nos pasa”. Eso no quita que, en el mismo artículo, citase como sus tres principales fuentes de inspiración el aburrimiento, la desesperación y los plazos de entrega.
Lo gracioso de hablar de aburrimiento en términos de productividad, es que llegamos a instrumentalizarlo. ¿Y eso no va en contra del concepto mismo de aburrimiento? ¿Es aburrimiento si mientras lo experimentados barajamos su utilidad?
Boris Parfenenkov, Tech Lead en Google, ha llegado a escribir que “El aburrimiento es una nueva herramienta de productividad”. Aunque, como hemos visto, no tiene nada de nueva. También existen estudios sobre los distintos tipos de aburrimiento (indiferente -de chill, que diría mi hija-, de calibración -a menudo mientras realizas una tarea repetitiva-, de búsqueda -la antesala de emprender alguna actividad-, reactivo -en el que, por ejemplo, culpas a la persona que te aburre-, o apático -más cerca del ennui y asociado con pensamientos negativos-)
Por supuesto, todo esto en el entorno de lo neuronormativo. La neurodivergencia tiene sus propios procesos asociados al aburrimiento, de los que no estoy preparado para hablar. Puedo decir, eso sí, que difícilmente una persona diagnosticada con TDAH pueda calificar de “aburrimiento” un estado de parálisis ejecutiva, por ejemplo. Y en momentos de hiperfoco probablemente ni lo huelen. Pero, en general, no tengo ni la más remota idea de cómo funciona el aburrimiento en cerebros sustancialmente distintos al mío.
El Harvard Business Review tiene hasta un artículo titulado ‘Las ventajas de sentirte aburrido en el trabajo’, lo que me parece loquísimo y contra natura. Aunque tampoco dice muchas tonterías. Yo mismo, por ejemplo, puse el doble de intensidad en mis estudios tras dedicar un verano entero a aburridos y repetitivos trabajos manuales que, dentro de lo muy digno, sabía que terminarían con mi vida.
Mi única conclusión sobre todo esto es que nos ignores a todos. Abúrrete cuando gustes, disfruta cuando lo necesites y haz lo que puedas. Todos estos consejos de ‘coach’ de medio pelo que soltamos en LinkedIn no dejan de ser generalidades vacuas que no tienen por qué tener nada que ver con tu forma de vida.
Persigue tus sueños grandes todo lo que te dejen, caza los pequeños porque son más fáciles, busca gente que te quiera, sé fiel a ti mismo, y no te sientas mejor ni peor porque no hayas hecho tantos burpees como dice tu gurú de lambos y chetarte, o tantos mapas mentales como te pide el ‘coach’. Bastante tenemos con hacer lo que nos dicen nuestros jefes, nuestras parejas, nuestros hijos, nuestras madres y Hacienda.
No sé si vas a ser excelente o mediocre. Casi todos somos un poco de todo. Lo que sí se es que por estar una tarde disfrutando el atardecer tampoco te vas a morir. Me acuerdo más de mis mejores momentos de contemplación que de mis mejores tandas de abdominales o de mis PowerPoints más inspirados.
Haced lo que esté en vuestra mano, porque la vida puede ser muy difícil, y disfrutad todas las experiencias. Incluida el andar sin que os duela la espalda. El aburrimiento es sólo una más. Si le sacáis algo de jugo, bien por vosotros. Si no, a otra cosa.