Ucrania y la reconstrucción
Donde escribimos un titular optimista para pensar en un futuro mejor, explicamos por qué ultimamente escribimos menos por aquí y recomendamos concentrarnos en lo verdaderamente importante.
Notarán mis lectores que llevo una temporada sin escribir este boletín. Sabed que tengo mis motivos. El primero es que, lamentablemente, mi hermano padece un tumor cerebral muy agresivo que nos ha cambiado el paso a todos. Mi hermano es como Ucrania: sabe que tiene todas las de perder pero está afrontando la solución como puede con nuestra ayuda. Vamos partido a partido, como el Atlético, pero el golpe que ha supuesto para mi familia y para mí es devastador. Para colmo, otros problemas de salud en mi entorno más cercano, afortunadamente menos graves y con muchísimo mejor pronóstico, han supuesto una complicación añadida.
El segundo motivo tiene que ver con un mensaje claro que recibí del Universo hace unas cuantas semanas. Resulta que, en mi nuevo puesto de asesor, cualquiera con suficiente mala intención puede convertir cualquier cosa que yo diga en un arma contra la gente para la que trabajo. Durante toda mi carrera profesional me he sentido libre para opinar de casi cualquier cosa, aprovechando que no soy especialmente polémico. Pero vivimos en un mundo en el que cualquier cosa que digas puede ser reinterpretada en tu contra. He tardado un tiempo en asumir esa situación, que probablemente todos los políticos ya dan por hecha, así como en rearmarme, tanto en lo intelectual como en lo emocional. Tras un pequeño descanso, es el momento de hacer valer aquello que escribió Kipling:
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.
Siempre con cuidado de que nada de lo que diga o haga afecte a la gente que ha depositado su confianza en mí, tengo que seguir siendo capaz de ser yo mismo. Cualquier otra cosa sería una derrota y un mal ejemplo para mis hijos.
La tercera razón es que últimamente, en cuanto nos despistamos, se monta otro lío global. No salimos de un Armageddon y entramos en el siguiente. Es absurdo negar que todo esto, sumado a mis empeños como marido y padre, ha afectado a mi salud mental, como la de tantos de nosotros. He engordado por estrés, me he sentido desesperanzado, he pasado la COVID-19, he leído demasiada prensa y, justo cuando me sentía un poco más entero, he vuelto a mi infancia. Esos días en los que parecía que iban a volar las bombas atómicas y que no llegaría a viejo.
Siempre he sido un tipo optimista precisamente por eso. Porque he vivido por encima de lo que creí posible de niño. Mi padre siempre fue tan agorero que, cuando alguien preguntaba qué quería ser de mayor, yo respondía que “mayor”. Quizá por eso, me he bebido la vida. Desde que salí de Móstoles he visitado minas de diamantes en Botswana y fábricas de chips en China. He viajado para ver cómo se fabrican aviones y se diseñan mandos de Xbox en Seattle. He visto Music Man en New York y a Blur en Hyde Park. He dado de comer a ciervos en Nara y he probado la barbacoa coreana en Seúl. He bebido en el Buddha Bar de París y me he empapado con amigos bajo una catarata en Iguazú. Me he tirado de un puente, he jugado al póker con mis primos, he visto a Enrique bailar y a Sergio Ramos darnos la Champions en Lisboa. He presentado mi libro entre enemigos que se respetan y he llorado escuchando a mis hijos tocar la viola. Mis amigos y mi familia saben que estoy ahí para ellos y he apoyado a la mujer que quiero cuando me ha necesitado, incluso en los peores momentos. Estoy teniendo una vida muy buena. Por más que Putin se empeñe en preocuparnos sobre su posible duración.
Todo esto es el prólogo para hablar de movilidad.
Como últimamente mi vida ha estado rodeada de ingenieros de caminos y gente implicada en el desarrollo de las infraestructuras, desde que empezó la guerra he pensado todo el esfuerzo que se borra con cada bomba, en el trabajo ímprobo que tendrán que hacer los ucranianos para volver a levantar los caminos de su país. Mientras aquí podemos permitirnos montar un lío por la ubicación de la cabecera de una línea, por más que lleve años planeada de la misma manera, o lamentar la desaparición de cosas que nadie quiere usar, allí no saben cuánto país les va a quedar la semana que viene. Perspectiva.
Un héroe poco mencionado estos días es Oleksandr Kamyshin, presidente de los ferrocarriles ucranianos, que lleva desde el inicio de todo esto intentando mantener en funcionamiento la infraestructura a pesar de los ataque rusos. Cada día, reparan lo que pueden y, a pesar de los fuertes retrasos de los trenes procedentes del este del país. Trenes que alejarán del conflicto a quienes lo sufran y que ayudan a transportar suministros y equipos. No dejéis de leer esta pieza en la que explican cómo lo hacen. Esta frase dice mucho sobre todo esto: “Ninguna infraestructura se ha desarrollado para tiempos de guerra”.
Y si las cosas se les complican aún más y la destrucción es aún peor, cuando todo esto acabe y haya que analizar qué ha pasado con cosas como su red de 22.000 kilómetros de tren (casi 10.000 electrificados) en ancho ruso (1520 mm) ¿tendrán que empezar desde cero o deberán volver a trabajar empezando desde el primer estudio funcional?
Es alucinante la cantidad de esfuerzo que conlleva la puesta en marcha de infraestructuras, aún más desde las condiciones normativas de un país de la Unión Europea. Las hacemos buenas, bonitas y baratas, pero se llevan miles de horas de miles de personas, desde los funcionarios del Ministerio que hacen la planificación hasta el último encargado del mantenimiento en una contrata.
Los caminos no son tan importantes como las vidas humanas, pero su creación y puesta en marcha han costado mucho tiempo de vidas humanas. Y tienen la capacidad de transformar o incluso de salvar vidas humanas.
Cómo se reconstruye
Volviendo a la pregunta de si hay que volver a empezar desde el inicio la respuesta es que probablemente no. He preguntado en Adif por cómo sería el procedimiento para restituir infraestructuras en España tras algo así, y me han confirmado que podríamos ahorrar mucho trabajo. No habría que volver hacer entero el complejo camino que incluye cosas como los estudios funcionales, los estudios informativos con declaración de impacto ambiental (DIA) y los proyectos constructivos, con adjudicaciones complejísimas.
Un caso así se interpretaría como reconstrucciones por emergencia, lo que permitiría actuar primero para después informar de las acciones. Tampoco se precisaría de un proyecto, sólo de una estimación presupuestaria. Se contrataría libremente sin sujetarse a requisitos formales, incluso sin la existencia de crédito suficiente, todo desde la perspectiva de restituir lo existente. Sólo si se quiere aprovechar para hacer cambios en lo que había antes sería necesario seguir un proceso ordinario.
En realidad, no es tan distinto de lo que se hace cuando una riada se lleva un puente, cuando tenemos el colapso de un túnel o un terraplén o cuando una tormenta eléctrica inutiliza un enclavamiento.
Por supuesto, cuando la guerra termine y haya que reconstruir Ucrania necesitará un mecanismo de reconstrucción dotado de fondos. Esperemos que llegue pronto el momento de que termine el conflicto y que todos podamos estar empezando a volver a pensar en estas cosas y no sólo en la pérdida innecesaria de vidas humanas provocada por un sátrapa sin límites morales aparentes.