Twitter, 1985
En el que hablamos de atún, abdominales, deseos idiotas y lo que sucede cuando tu comunidad se ve sometida a una tensión inesperada.
-En serio, ¿tan facho es?
-Se fue volviendo, con los años. Un clásico. ¿Girardi?
-No. No, no. Facho, facho. Si tiene hijos en el Liceo Militar (...)
-¿Gruni?
-Recontrafacho
Retomo este boletín con dos consideraciones iniciales. La primera es que, como muchos ya sabéis, mi hermano Carlos falleció el mes pasado, un año después de su diagnóstico. Tuvimos mucho tiempo para acostumbrarnos, murió rodeado de amor y el único motivo por el que no he retirado la opción de suscripción voluntaria de esta newsletter es porque el poco dinero que pueda recibir por esa vía irá dirigido a la educación futura de su único hijo, Diego. Quiero agradeceros mucho todos vuestros buenos deseos. Estoy seguro de que me los habéis ido haciendo llegar.
La segunda es que lamento el poco valor añadido que haya podido ofrecer en estos meses pasados en esta suscripción. Han sido complicados en muchos aspectos. Además de la enfermedad de mi hermano viví de cerca el cáncer de mi jefa, la secretaria de Estado de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Isabel Pardo de Vera. Aunque afortunadamente, en este caso tuvo un con mejor pronóstico, mejor desarrollo y una solución satisfactoria que la ha devuelto a la vida pública en plena forma. Su caso ha sido el vaso medio lleno del último año. Su forma de afrontar algo así y hablar de ello con naturalidad es un ejemplo para todo el mundo.
Puedo añadir que me siento orgulloso de trabajar en su equipo y que toda la gente que la rodea tiene una vocación de servicio público que me ha reconciliado con la administración y me ha hecho amar mi trabajo de los últimos meses. Durará lo que dure y soportaré lo que tenga que soportar de los mediocres que critican por ignorancia o mala praxis, de los políticos más políticos y de la polarización extrema que vivimos. Pero lo haré con la convicción total de que este equipo está en el lado correcto de las cosas. Siempre dialogante, siempre dispuesto a aceptar la crítica si tiene sentido y siempre presto a resistir la presión de lo que nos echen encima si son sandeces. Tenemos la ventaja fundamental de que ninguno tiene un apego especial al puesto. Estaremos mientras seamos útiles y sólo seguiremos mientras creamos que lo estamos siendo o hasta que nos echen.
Dicho esto, llegué un compromiso conmigo mismo durante la enfermedad de Carlos. Y es que tengo que ir cumpliendo con todos los sueños y deseos que tengo pendientes aunque sean, como los de Hobbes, un simple sandwich de atún. ¿De joven siempre me pregunté cómo sería tener el pelo largo? Pues me he dejado el pelo largo. ¿Siempre quise ir al festival de cine de Sitges? Haré todo lo que pueda por ir el próximo año.
Incluso voy a cumplir con deseos ajenos. Mi mujer siempre bromea con que le hubiese gustado que tuviese abdominales. Así que empezaré el año con la vocación sólida de hacer mucho ejercicio. “Hacerme una foto sin camiseta de la que pueda estar orgulloso antes de morir” es un deseo idiota, pero no más que un sandwich. Y hasta Bertín Osborne lo ha conseguido.
También se debe, de forma menos frívola, a que durante la enfermedad de mi hermano descubrí, por las malas, que si eres grandote y tienes sobrepeso puedes complicar la vida a mucha gente en caso de que, repentinamente, necesites de grandes cuidados. Respeto infinito la apariencia de cada cual, pero nunca había pensado en ese impacto, que ni siquiera está estrictamente relacionado con la salud propia, y ahora me preocupa mucho.
Twitter, 1985
Repito el título porque me había ido más por las ramas que Tarzán y Groot jugando al pilla pilla. Supongo que algunos habréis visto ‘Argentina, 1985’ la película en Amazon Prime que relata el caso real de la aventura del fiscal Julio César Strassera y su joven equipo en el Juicio a las Juntas Militares que promovieron un régimen de terrorismo de estado con miles de torturados y desaparecidos en la última dictadura argentina. Si no, debéis hacerlo. No es la mejor peli que he visto, pero es necesaria.
La historia nos recuerda algo interesante. Y es que los ciudadanos de un país son capaces de hacer que el orgullo nacional y la decencia superen la peor de las situaciones políticas imaginables. Yo, por ejemplo, estoy orgulloso de ser español en el sentido menos facho y nacionalista, a pesar de haber pasado mi país por cuarenta años de dictadura y que, pese a todo, en 2015 un 15% de los votantes eligiese a Vox.
Pese a todo, me caéis bien. Somos un sitio bueno para vivir. Tenemos cosas que hemos construido en común a lo largo de los años que son el carajo y me alegra formar parte de una tradición cultural determinada. Me flipa que mi origen sea el mismo que el de Cervantes, Velázquez, Campoamor, Sorolla, Nadal, Laforet, Delibes, Margarita Salas o Carlos Pacheco. Admiro especialmente la capacidad de la gente de quitar importancia a todo lo que representamos. Ese “si habla mal de España es español” acuñado por el poeta catalán Joaquín Bartrina es maravilloso. Porque somos geniales pero no nos lo creemos.
Mi cariño por España se produce, eso sí, a pesar de que el españolismo militante sea una característica quintaesencial de mucha gente que me parece malísima para el futuro de España. Porque cualquier persona que se tome demasiado en serio una bandera me preocupa.
A los países se los quiere como a las selecciones de futbol. Creo que puedes animarlos, incluso quererlos, pero es algo en lo que tienes que pensar cada muchos meses y que no debe condicionar tu día a día o tus afectos. Que muchos españoles me caigan mal no me hace sentir menos agradecido por haber nacido en este país. Para las peores de estas personas, ser “español”, dicho de una forma determinada y con un tono concreto, implica una masculinidad tóxica, prejuicios contra la diversidad y/o la tendencia a tratar mal a las mujeres que no son sus hermana, siempre con la posibilidad de soltar un guantazo a tu doña con una mano mientras, con la otra, sujetan un vaso de anís y piensan que con Franco sí se vivía bien. Seguro que no sois vosotros pero haberlos, haylos. Conozco a alguno, lamentablemente.
Pero, para mí, ser español significa diversidad, apertura, tolerancia, estado del bienestar, cultura y vivir en un lugar en el que puedo criar con seguridad hijos razonablemente felices. Y si alguno de ellos quiere autodeterminarse, aquilatarse a personas de su mismo género o casarse con ellas, yo me podré limitar a juzgar a sus parejas única y exclusivamente por su carácter. Nunca por lo que son.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Twitter?
Porque me siento tuitero más o menos de la misma forma en la que me siento español. Me caéis bien en Twitter. Si bloqueas y silencias lo justo, Twitter es un sitio agradable para estar y mi comunidad es fantástica. Cuando murió mi hermano sentí un abrazo enorme de decenas de personas, a las que conozco en persona y a las que no, que me transmitieron un amor genuino. Tenemos cosas que hemos construido a lo largo de los años que son el carajo y me alegra formar parte de una tradición tuitera determinada y que mi origen sea el mismo que el de Juan Gómez Jurado, Mauro Fuentes, Fundación Maldita, El Mundo Today o Chicote.
Por supuesto, la llegada de Elon Musk ha supuesto una conmoción en la Fuerza tuitera. Porque su gestión ha provocado cosas preocupantes —lo que me lleva a, desde aquí, enviar mi cariño a los trabajadores afectados, porque conozco y aprecio a alguno de ellos—. Sin embargo, Twitter no es sólo un negocio. Es una comunidad.
¿Pueden pasar cosas que amenacen la comunidad? Sin duda. ¿Puede provocarlas Elon Musk? Creo que ya lo está haciendo. ¿Tengo Mastodon por si las moscas? Estoy en uriondo@mastodon.cloud. Pero la pregunta más importante, para mí, es otra: ¿Voy a seguir en Twitter mientras tu comunidad esté ahí? Y la respuesta está clara: desde luego.
Porque los países no son las fronteras, son las personas. Y quienes estáis en el país de Twitter conmigo, quienes os reís de mis tonterías o quienes me decís que gracias a mí habéis visto alguna peli o serie chula en mi interminable hilo anual, sois mi gente. He comido carne gratis con vosotros y con Cucharete, he hecho muchos follow fridays, me corregido a empresas y he recibido atención al cliente, he publicado artículos, he encontrado momentos para tomarme hamburguesas con mis ídolos, he contratado a gente, he encargado arte que hoy cuelga en mi pared, he recibido consejos, ayuda, críticas justas y, por encima de todo camaradería. He sido feliz en el Twitterverso.
Por supuesto que no voy a renunciar a Twitter, como no renunciaría al país que me ha dado una educación, sanidad, una jubilación para mis padres y reconocimiento de derechos para amigos a los que en otros países apalean. Otra cosa es que me sienta obligado en el futuro a exiliarme. Y confío en que no, pero no sería la primera vez que se acaba una red social que fue importante para gente. Tuenti importó a gente. Fotolog importó a gente. Portalmix. ¡Lycos me importó!
Todo esto ha pasado y volverá a pasar. Y sí, espero que en un año podamos decir que Musk ladraba más que mordía, o que incluso nos aportó algunas cosas buenas. Pero, pase lo que pase, seré tuitero como Antonio Molina era minero. Yo no maldigo mi suerte porque tuitero nací y aunque me ronde Elon Musk no tengo miedo a morir. No me da envidia el dinero porque de orgullo me llena en estas redes sociales ser un tuitero cualquiera.