Los asquerosos
En el que hablamos de libros sobre austericidios que en realidad son 'austerimientos' y mencionamos a Unamuno tras trampear torpemente un tonto tautograma
Acabo de terminar la novela de Santiago Lorenzo ‘Los asquerosos’, publicada en 2018. Fue un regalo de una compañera de FlixBus por mi cumpleaños (una suscripción anual a esta newsletter cuesta menos que un pumpkin spice latte del Starbucks y también es un buen regalo 🙂). Y me encanta cómo decidió qué título podría hacerme tilín: me describió en ChatGPT y me compró lo que mejor debió parecerle de entre las respuestas ofrecidas por el chisme.
El protagonista del libro habría gritado al escucharlo, pero cuando le comenté a mi mujer este original sistema de practicar el obsequio, nos preguntamos cuáles serían las palabras que la susodicha habría elegido, enfrentada a la máquina, para no equivocarse. ¿Mi provecta edad? ¿Mi amor por el verbo? ¿Se zanjaría todo con ‘un libro para el pedante de mi jefe’? ¿Lo haría en portugués, su lengua natal? A las pocas horas, mi santa ya me estaba pidiendo que le hiciera un prompt personalizado para comprobar hasta qué punto era capaz de descifrar sus gustos e intereses. Más sobre esto, al final del post.
El caso es que, concluida la lectura de la novela, me parece simplemente maravillosa. En parte, porque utiliza un lenguaje florido y gamberro. Aunque como lector he bajado tanto el umbral que a menudo sólo reclamo que las ediciones tengan pocas faltas de ortografía, aquí me he topado con una plétora de palabras inusuales y sorprendentes. ¿Cuántas veces te hablan de “una situación financiera indescascarillablemente inmejorable” y no es un alarde vacío de erudición, sino una descripción precisa de aquello que quiere ilustrar? No sólo es una palabra llamativa, sino también una de las pocas excusas aceptables para recurrir a un adverbio terminado en ‘mente’.
Más allá de lo exornado de la prosa, de la nota manuscrita del autor que he venido utilizando como marcapáginas o de la magnífica edición de Blackie Books, la novela me satisface porque tiene una premisa simple pero elevada a sus máximas consecuencias. Y responde a tantas cosas que nos preocupan como sociedad que no me extraña que el autor haya conocido el éxito masivo gracias a ella.
Considero imposible terminar el libro sin hacer examen de conciencia, aunque sea tipo test. Emplear un minuto en imaginar el resultado de coger sólo lo que necesitas y dejar fuera, amontonado, lo que crees necesitar, lo que quieres, lo que crees querer, lo que tienes y lo que crees tener.
He leído en la contracubierta que el protagonista es una suerte de Crusoe. Y aunque un Uriondo más joven habría disfrutado la referencia, al casi cincuentón le ha encajado mejor su bisnieto, el marciano de Andy Weir. Pero, mucho más que a cualquiera de esos dos, me hace pensar en el Unamuno exiliado que escribió: “¡La soledad! La soledad es el meollo de nuestra esencia y con eso de congregarnos, de arrebañarnos, no hacemos sino ahondarla”.
La nota del autor, un regalo manuscrito exhausto sobre una pequeña lámina que recrea la ilustración de portada, supone una artesanía fascinante, un esfuerzo que podría parecer absurdo e innecesario si no fuese porque expresa un agradecimiento que se siente genuino.
Me pregunto si Lorenzo, que se apellida como el hermano de pan que me regalaron los mismos hados que me robaron a mi hermano de sangre, lo ha hecho para, volviendo a Unamuno, “hacerse el novelista”. “Y ¿para qué se hace el novelista? Para hacer al lector, para hacerse uno con el lector. Y sólo haciéndose uno el novelador y el lector de la novela se salvan ambos de su soledad radical. En cuanto se hacen uno se actualizan y actualizándose se eternizan”.
Siempre me cayó bien el señor del barrio de las Siete Calles de Bilbao. En parte porque, de niño, me dio por imaginarle ocupando mi lugar de la clase, siempre el 30 de 33 y nunca el último. Encastrado siempre entre un Torres y un Zurita. La feliz obligación de su lectura anticipó en mí el amor por lo meta, por las cosas que se entremeten entre la ficción y la realidad. Deadpool y Lobezno le deben una nívola y una niebla, como poco.
Product placement y la crisis de la vivienda
No voy a entrar en su argumento, más allá de lo que pueda reseñar una contraportada o una review bobalicona, porque no quiero reventar a nadie la experiencia. Aunque tengo que decir que la inteligencia artificial hará desaparecer casi todos los trabajuelos que alguien como él puede realizar para hacer sacrificios en el altar del Lidl.
Manuel, el protagonista, no es como Félix del Prado, el señor de verdad que tenía un pueblo para él solo. Tampoco es Paco Racionero, el actor veterano, único habitante de un caserío del Valle de Lozoya. No es un monologuista que ensaya por las calles abandonadas de Benamira (Soria). Ni siquiera es el autor, con su huerto y sus cosas remotas.
Nuestro protagonista, solo, es nuestro porque sólo es una pobre ficción, carne de Pantomima Full, que convirtió su exilio en su fortaleza. Sólo solo. Un deleite para los guerrilleros de la tilde diacrítica. Si Unamuno añoraba la España que le dolía, Manuel escapa del dolor deconstruyéndose, eliminando lo accesorio como Robbie Williams en los huesos. Tanto, que puede parecer que vaya desnaciendo. Como Benjamin Button, se abalanza hacia un mundo de unamuniana ultracuna huyendo de la ultramemia.
La lía
El otro día se hizo viral una entrevista a Analía, la única Analía en la que me sale pensar. Porque apenas hay mil en toda España, se dedica al que fue mi oficio y tenía un SEO estupendo hasta que Netflix estrenó a su vengativa tocaya. Es una periodista que no deja que salga costra, de tanto hurgar en la llaga. A la gente le suele parecer peor o mejor en función de si la herida es suya o de otros.
En mi Club de la Burger, refugio de señoros mínimamente tóxicos, la quisimos traer a cenar con nosotros porque todos nos acordábamos mucho de uno de sus artículos, una historia apasionante de odios y tejemanejes entre ‘entrepreneurs’ smash, de los que aplanan la carnaza. El texto era tan de Analía que tuvo que explicarnos que no lo había escrito ella. Tienes una marca cuando piensan en ti, se olvidan de todos tus compañeros y te ponen a ti el primero.
Lalalalía, como se llamó en Twitter adelantándose a las polémicas, no la ha liado por el libro que ha escrito, ‘La vida cañón’. Eso, forzosamente, implicaría que mucha gente se lo hubiese leído. Y, seamos honestos, ningún libro se hace viral por eso. Se ha armado por una entrevista que le han hecho en El País. Porque hay cosas que generan “polémica en redes” y hay ciertos temas que le meten cartuchos a la escopeta nacional. No llegó al Pombo Belga, pero algo me llegó.
Porque en España nos encienden y nos agobian los temas relacionados con las escrituras o ausencia de las mismas. El alquiler vacacional se come las ciudades; no vas a dejarlo todo en manos de los hoteles otra vez; si un hotel está a 200€ cómo estaría la cosa sin AirBnB; pero destruyen la esencia del barrio y molestan a los vecinos; aunque generan empleo; los alquileres disfrutan de excesiva protección; poca si desahucian a familias; claro, si están demasiados protegidos la gente no los alquila y decrece la oferta; entonces habrá que obligarles; obligar a quién en realidad, a los grandes fondos o los pequeños propietarios; en todo caso el problema no es de vivienda es de querer vivir pegados a Chueca; que es donde donde están las oportunidades; porque los españoles estamos perdiendo la ocasión de generarlas donde no las hay; al final un alquiler en Avilés te sale por cuatro duros y si puedes trabajar eres capitán general; curiosamente tú no estás allí sino aquí; que se vayan a Móstoles que está más barato; ¿pero tú has visto los precios que tienen en Móstoles?; ¡derechos! ¡obligaciones!. Y así hasta el infinito.
Entrar en esa conversación en España te lleva a un ciclo de inapetencia intelectual en el que cada español tiende a responder en función de su situación particular, de las decisiones que le han llevado hasta ahí y/o de la envidia, la suficiencia, el orgullo, el miedo, la avaricia o la condescendencia. Yo el primero. Pero que cada uno piense en las proporciones a las que recurre.
Como mucho, tu interlocutor más civilizado reconocerá la postura ajena, pero su tolerancia acabará donde empiece el umbral para pagar impuesto de Sucesiones o si tiene alquilada una habitación a turistas para redondear la nómina.
Manuel, el protagonista de la novela, nos ha llegado dentro porque escapa del nudo gordiano en el que ha clavado las agujas Analía y nos puede unir un poco a todos. No molesta a nadie. Como mucho, nos podemos identificar con los males de la modernidad modélicamente encarnados por los mochufas. O, siendo muy hipócritas, imaginar a otros como los mochufas, vernos como el tío narrador y salvarnos de la quema porque nosotros nunca seríamos así. Claro que no, guapi…
Lorenzo también nos hace pensar en disfrutar de tiempo infinito, enmascarar menos, vivir mejor, respirar aire, que esa oración no sea redundante, ver las estrellas y todas esas cosas que aterrorizan a Woody Allen. Para mí, pensar siquiera en algo que asemeje esa loca fantasía de soledad me obliga a acompañarlo de fibra, coworking, un bar en el que ver la Champions, una cobertura decente y una pista de pádel a una distancia prudencial. Avilés, mi plan B. Entiendo la Arcadia pero me produce agorafobia. ¿La Arcadia me da arcadas? No exactamente, pero me parece más un sitio de vacaciones que una residencia permanente. Pero no durante un ratito, no del todo mientras leía la novela.
Mi padre es un poco Manuel y disfruta de esas cosas. Le regalaría el libro, pero me aterra que la próxima manifestación le salga rana y se termine haciendo escorpión.
El Prompt
No os voy a compartir el prompt que escribí sobre mi mujer porque sería como leeros una carta de amor, aunque sea una carta de amor de la compra. Pero sí os voy a decir los libros que me parecieron interesantes de entre los que me recomendó y no se había leído.
1. The Spear Cuts Through Water, de Simon Jimenez. Una pena que no esté editado en castellano, porque lee perfectamente en inglés pero no por ocio.
2. Una memoria llamada Imperio, de Arkady Martine. Más space opera, como la Dune de sus amores.
3. Así se pierde la Guerra del Tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone
4. Gideon La Novena, de Tamsyn Muir.
Si escribís un prompt de un ser querido no dudéis en contarme los resultados por aquí, por Bluesky o por donde os dé la santa gana.
Os quiero mucho.
P.S. ¿A que pensabas que como el post se llama ‘Los Asquerosos’ iba a hablar de los monopolistas del autobús de larga distancia en España que se llenan los bolsillos del dinero que debería servir para conectar mejor la España vacía. ¡No dejo de sorprenderme a mí mismo! ¡Tengo una enorme capacidad de no meter ese tema en cualquier sitio sin venir a cuentOH WAIT!!!



