Las familias que nos encontramos
En el que hablamos de centros emocionales, de lo que somos frente a las adversidades y un destino indiferente. Todo por culpa de un mapache y de Guardianes de la Galaxia, vol 3. Spoilers alert.
La vida, como las películas, necesita de un centro emocional. Es difícil pasar por este trago cósmico de la consciencia sin motivos que hagan que todo merezca un poco la pena. Motivos pequeños, como las cervezas con los amigos o esa serie que te hace pasar el rato. Pero también motivos grandotes.
Durante buena parte de nuestras vidas, en nuestra tierna infancia, cuando tenemos todo el empuje de nuestras burbujeantes células recién estrenadas y cero responsabilidades, tiramos por inercia pura. Empezamos siendo una parte de nuestras madres y bastante nos ocupa aprender a mantenernos en pie como para preguntarnos por qué diablos tendríamos que estarlo. Nuestro primer impulso es el correcto: no morir.
En la adolescencia empezamos a adolecer. Podemos adolecer de pelo en las inmediaciones de nuestras gónadas, de estatura, de cerebro, de amigos, de un entorno saludable y/o de cariño. Pero, sobre todo, empezamos a darnos cuenta de que nos faltan motivos.
El amor por el deporte, la lectura y el frote con tus condiscípul@s, para quienes son tempraneros en el arte del triscar, pueden ayudar los chavales a tapar agujeros, metafórica y literalmente. Y la falta de todo lo anterior puede llevarles a convertirse en emos oscurotes, April Ludgates de la vida.
Storylord, un villano de Rick&Morty decidió que su motivación iba a ser conseguir toda la motivación del mundo. No es tan estúpido como creen sus propios guionistas. Mucha gente se dedica a motivar profesionalmente y tanto en Japón como en Corea se ha convertido en un verdadero problema la existencia de los hikikomoris, personas recluidas porque su mundo interior o lo que encuentran en las pantallas les supone más gratificación que aquello que se encuentran en el exterior. En Corea el problema es de tan calibre que están pagando a los jóvenes por salir a la calle, e incluso les sufragan operaciones de estética. Frente a la locura de las redes sociales y la comparación permanente con ejemplares ridículamente vistosos y trincables, los jóvenes se encuentran constantemente por debajo de lo que creen que se espera de ellos.
En Guerra Mundial Z, libro extraordinario, uno de estos hikikomoris descubría que salir a la calle a podar Japón de zombis japón era una forma de vida más gratificante que agotar kleenex frente a la pantalla. Cuando no tenemos nada, sobrevivir gratifica bastante. Cuando tenemos todo hecho, debemos buscar motivos adicionales. Es paradójico pero real.
Un elemento de motivación es la familia. Lo sé, porque he tenido suerte en ese apartado. Hijo de padres divorciados, al menos nunca escuché decir una mala palabra el uno del otro y las familias de mis padres siempre me hicieron sentir parte de algo más grande. En mi familia por parte de madre, ser un López es importante. No voy a decir que se trate de una forma de vida, pero casi. Desde luego, ser un López es un remedio contra el individualismo extremo o la soledad.
Pero las familias, como tu país de origen, tienen mucho que ver con la suerte. Nadie te garantiza un entorno seguro en el que tu autoestima se desarrolle y recibas más amor que Mark Hamill en una convención de lo que sea. Mucha gente asocia la palabra “familia” con una experiencia totalmente contraria a la mía.
Lo mejor de las familias es que no sólo tienes la que te toca. Por supuesto, los ultraderechistas más locos te dirán que la familia se compone de una pareja de heterosexuales escasos de melanina que viven dentro de la misma casa, a los que hay que sumar un número indefinido de retoños y, desde ahí, todo lo que se enganche con un árbol basado en el ADN. Es una mentira como otra cualquiera. Si buscas entre las definiciones de familia que nos ofrece la RAE, también te puedes encontrar con: “Número de criados de alguien, aunque no vivan dentro de su casa”. Es normal que los vampiros tengan su “familiar”.
Creo que yo entiendo la familia como James Gunn. Un grupo de personas que, juntas, intentan hacerse mejores. Por eso dices que aquel equipo de fútbol en el que estuviste fue como una familia, que tu grupo de compañeros de la Universidad fueron una familia, o que los Guardianes de la Galaxia son tu familia.
La familia que he construido con mi mujer, huelga decirlo, es la leche. Pero cuando compartí piso me sentí parte también de una pequeña familia. En algunos campamentos de verano también creamos las nuestras. He sido parte de las familias de mis exnovias y he tenido auténticas familias entre mis compañeros de trabajo.
Lamentablemente, muchas veces nos da vergüenza reconocer esa dependencia, esa necesidad común que nos une. No decimos a mucha gente lo importantes que son para nosotros, o lo mucho que los queremos o los necesitamos.
A medida que nos vamos haciendo mayores, además, vamos reduciendo nuestro margen de motivación porque se va haciendo más difícil pensar en cumplir todas nuestras metas. Cuando era joven quería ser un buen dibujante, hoy ya sólo me quedaría tiempo para ser un jubilado apañado con el lápiz. Cualquier motivación no satisfecha tiende a desaparecer y la vejez suele estrechar tu camino al máximo. Dejas el fútbol para no volver a lesionarte, das clases de padel sabiendo que nunca ganarás al arco iris, estudias carreras que no terminarás. Pero, incluso así, todo eso es mejor que ser los desmotivados de Pantomima Full y hacer las cosas sin más impulso que el “porque toca”. Hay que pelear por cada hilo de motivación. Como mi amigo Fernando, que decidió que quería tocar el piano de pelotas ya con cuarenta años, o nuestra amiga Elvira, que dejó las finanzas para hacerse psicóloga.
La famosa crisis de los cuarenta o de los cincuenta consiste, ante todo, en abrir caminos cuando sientes que se te cierran por completo. Los hombres somos más vulgarotes y nos dejamos crecer el pelo, nos compramos deportivos o nos vamos con la Farala de turno. Los niveles de patetismo suelen oscilar. Pero las mujeres tienen lo propio, además de un sonado recordatorio hormonal de que una parte que es importante para algunas de ellas ha llegado a su fin. Incluso pueden tener la mala suerte de haber elegido a una pareja-entrenador que las sienta en el banquillo para sacar a una nueva delantera.
En el vol.3, los Guardianes atraviesan distintos arcos, pero todos tienen que ver con la familia, la pérdida, su aceptación y el descubrimiento de nuestros propios centros emocionales.
Peter Quill, en tres películas, tiene que aceptar la pérdida de su madre, que su padre era un mierda y que la mujer que amaba está muerta para él. Frente a todos aquellos que nos dicen que el Multiverso en los cómics Marvel es un truco barato que les regala la opción de volver a usar a los personajes hasta el infinito, James Gunn nos enseña una cosa muy distinta, más propia de Heráclito. No puedes bañarte dos veces en el mismo río. Somos nuestras decisiones y nuestras vivencias. Si éstas cambian, nosotros también.
Cada vez que alguien me ha preguntado si cambiaría algo de mi pasado, lo que fuera, siempre digo que no. Porque mis hijos existen como resultado de todo lo que he hecho hasta ahora. Si hubiese hecho otra cosa no serían mis hijos. Serían niños idénticos, quizá mejores, pero nunca los míos.
Quill se hace hombre cuando descubre que la mujer que tiene delante no es la misma que un día le quiso. A mucha gente le ha pasado sin que Thanos esté involucrado. Cambiamos tanto que dejamos de ser las personas de las que alguien una vez se enamoró. Si no te esfuerzas por mantener vivas las cosas, la entropía te lleva por delante. Incluso si te esfuerzas puede suceder. Aceptar esas pequeñas muertes de las personas amadas forma parte de nuestras vidas incluso más que las grandes pérdidas. Los banshees de Inisherin va sobre eso. Pádraic, lastrado por sus limitaciones, se resiste a la pérdida de Colm. Y Colm, lastrado por la depresión, persigue una vida mejor y la inmortalidad a través del arte. Dos añoranzas enfrentadas, dos pérdidas inaceptables. Y un burro.
Pero Quill sólo es importante si sumamos el arco de las tres películas. El vol. 3 es la fiesta del mapache.
La fiesta del mapache
En su Pitch Meeting sobre la película, Ryan George, hábil conocedor de los tropos cinematográficos, plantea que Gunn ha creado un villano especialmente terrible por la vía de plantear a uno que se dedica, profesionalmente, al maltrato animal. ¿Cómo no odiar al Alto Evolucionador?
Por supuesto, el director y guionista usa las herramientas del oficio. Siempre ha explicado al personaje desde la pérdida y, para cumplir su objetivo, tiene que dejar claro qué perdió. Si normalmente los seres humanos nacemos y llegamos a la inteligencia a través de la crianza, es difícil imaginar una forma de llegar al raciocinio más brusca y dolorosa que la que experimentada por Rocket. Pese a todo lo inusual de su vida, encuentra una pequeña familia de perdedores, seres dañados, y encuentra la felicidad a su alrededor.
Dice el refrán que madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle. Exacto. Tu primera familia es la que tienes y, a partir de ahí, eliges. La gente que encuentras en la calle puede ser mejor que tu madre. El Alto Evolucionador es el padre de Rocket. Le ha dado la vida y tiene celos. Cuántos celos. Lo desprecia porque se considera superior cuando todo nos indica que sucede todo lo contrario.
Otra paradoja de los padres. Intentamos que nuestros hijos sean mejores que nosotros porque son nuestro legado. Pero una de las primeras cosas que hacen al crecer es “matarnos” metafóricamente y buscar su lugar en el mundo exponiendo nuestras propias limitaciones. Una parte de nuestro camino parental pasa por aceptarlo, por mucho que nos cueste. Porque ellos tienen por delante todas las opciones que a ti te van quedando atrás. Y cuanto más les ayudas a escoger su camino más te das cuenta de que el tuyo se agota.
Pérdida y aceptación. La pérdida de lo que tenemos, de lo que somos, de lo que creemos ser, de lo que son y de lo que creíamos que eran. La aceptación a pesar de las diferencias y de las dificultades.
Mantis tiene un papel maravilloso en esta película. Si en el especial navideño era parte de una extraña pareja con Drax, aquí nos encontramos con un personaje que nos demuestra que la empatía es un superpoder. Algo que es, al mismo tiempo, un tópico barato y una verdad como un puño. Mantis actúa como el pegamento entre personajes absolutamente diferentes y su mensaje es siempre el mismo. Igual que es imposible entender a alguien de verdad y odiarle, es imposible querer a alguien de verdad sin intentar entenderle.
La antaño criada de Ego nos explica, por ejemplo, que Nébula, con su padre a sus espaldas, ha sido criada para valorar la competencia y la capacidad ejecutiva por encima de todo. Este personaje, que Gunn explicó a Karen Gillan como una mezcla de Clint Eastwood y Marilyn Monroe, se ha pasado toda la vida intentando demostrar su valía y transformándose para hacerse más eficiente en un propósito ideado por su padre. A diferencia de Rocket, que encontró a su familia y la perdió muy pronto, a Nébula todavía le cuesta entender cómo tiene que comportarse con la gente que le rodea. En el fondo, sabe lo que quiere, pero aunque tenga buenos instintos tiene que lidiar con sus problemas de diseño.
Drax, que como personaje es adorable pero limitado en sus arcos, encuentra también un motor final, una motivación que le hace seguir adelante. Le conocimos como un padre obsesionado con la venganza por la muerte de su hija. Ha tardado tres películas en descubrir que, agotado ese camino, puede volver a ser padre. No padre biológico pero, como nos han dejado claro en toda la saga eso no es, en absoluto, lo más importante. La mayor parte de figuras paternas reales apestan en los Guardianes. Ego, Thanos, Ayesha… Los mentores, en cambio, son otra cosa. Pero Yondu es el padre de Peter, y Peter y Rocket son los de Groot.
La película nos regala una familia y nos permite formar parte de ella. Hay quien, al terminar, puede pensar que Gunn se ha traicionado al hacer que Groot diga algo diferente a ‘I am Groot’. Pero no ha sido así. Simplemente, ahora formamos parte de la familia y pitufamos el pitufo. Si alguien que no nos hubieses acompañado en todo este camino le escucha, quiero pensar que sólo oiría lo de siempre. Nosotros, en cambio, formamos parte de los Guardianes y entendemos perfectamente a nuestro árbol favorito.
¿Cómo no adorar una película que, con todas las limitaciones que implica formar parte de un universo como el de Marvel, te da una familia? ¿Cómo no disfrutar de un reparto que se comporta como tal, ante las cámaras y detrás de ellas?
Aceptad la pérdida que os toque, en la medida que vuestra química cerebral os lo permita. Abrazad el amor que recibáis y devolved todo el que tengáis a vuestra disposición. Buscad a gente y animalitos a los que cuidar y no los abandonéis sólo porque no cumplan unos parámetros absurdos de calidad. En un mundo en el que Instagram nos ofrece como ejemplo imágenes irreales y TikTok las pone a bailar, disfrutad de la vida normal en el Rastro o en La Vaguada. Cuando era joven, feo y esmirriado -frente al viejo, feo y gordo de la actualidad- me paseaba entre la gente y observaba sus vidas. Sigo haciéndolo cada vez que cojo el Metro para ir al trabajo. Somos tan normales, tan vulgares… Es maravilloso.
Porque es muy difícil querer de verdad a los demás sin quereros bastante a vosotros mismos. Y estoy seguro de que es difícil no quereros a la mayoría de vosotros.
Este diálogo entre Yondu y Rocket, de la segunda película, dice mucho sobre ellos. Y sobre lo que somos.
Yondu : Puedes engañarte, a ti y a los demás, pero no me puedes engañar a mí. Sé quién eres.
Rocket : No sabes nada sobre mí, perdedor.
Yondu : Lo sé todo sobre ti. Sé que actúas como si fueses el más malo y el más duro, pero en realidad eres el que más asustado está de todos.
Rocket : ¡Cállate!
Yondu : Sé que robas baterías que no necesitas y que empujas a cualquiera que esté dispuesto a estar de tu lado porque ese pequeño trocito de amor te recuerda lo grande y vacío que es el agujero de tu interior.
Rocket : ¡He dicho que te calles!
Yondu : Sé que nunca importaste un carajo a esos científicos que te fabricaron.
Rocket : ¡Lo digo en serio, tío!
Yondu : Al igual que yo no les importaba a mis padres, que vendieron como esclavo a su propio bebé. Sé quien eres, chaval, porque tú eres yo.
Rocket : … Menudo par, ¿eh?
Menudo planeta, diría yo. Pero aquí estamos, construyendo y luchando contra lo peor de nosotros mismos casi todo el día. Porque todos, a fin de cuentas, somos Groot.