La felicidad de Alucard
En el que hablamos de las ventajas de jugar en España en modo fácil y chetado por el caudillo mientras en el extranjero te enfrentas al Dark Souls.
La felicidad tiene que ser que un Gobierno te regale un monopolio que te hace mantener los precios del autobús de larga distancia un 88% más caros que en Francia y en Italia -haciéndote atractivo para tus fondos a costa de los ciudadanos-; que te permitan incumplir las concesiones cada vez que lo pides (y que no); que no pase nada porque tengas más del 60% de los ingresos del sector con más del 90% de las licencias caducadas; que los medios te pasen el lomo por tu supuesta hispanidad cuando no eres ni de la UE; que te ayuden en cuanto tu cuenta de resultados tiembla ligeramente, y que todos los gobiernos utilicen como excusa una norma de hace 35 años para incumplir el reglamento 1073/09, impidiendo un cabotaje que en la UE es OBLIGATORIO, y bloqueando la aparición de nuevas conexiones.
Todo, mientras no dejas de jugar a Pedro y el lobo. "¡La malvada competencia va a desconectar ESPAÑA!", dicho con la voz y el rictus del Gran Wyoming más irónico. La felicidad es que todo el mundo se trague cualquier cosa que digas aunque tengas casi todas las letras de "noticia falsa". Tu marca podría ser Alucard y daría lo mismo.
Y, por encima de todo, la felicidad es que nada te impida nunca competir en otros mercados y otros segmentos a lo loco, o afirmar que la competencia nivel Dark Souls sí es buena en otros países. Eso, mientras en casa te dejan seguir jugando en modo fácil con el Caudillo cheat.
Es que en el país de los pardillos se conformen con que patrocines boxeo de influencers y pasees a estrellas del rock septuagenarias, mientras el sector del autobús de larga distancia se degrada y se hunde, dejando pasar la gran oportunidad de un modo sostenible que debería estar compensando la falta de radialidad del sistema.
Mi exjefe, Pepe Hidalgo, un tipo que no se ha achantado nunca, montó una aerolínea porque era más fácil entrar en uno de los segmentos más difíciles de operar del mundo y pelearse con IBERIA que seguir arremetiendo contra este molino en particular y frente a quienes han mantenido el chiringuito en marcha.
La misión
No sé cuánto tiempo me dedicaré a lo que me dedico. No sé cómo me metí a practicar un deporte en el que todos los partidos parecen apañados por todos los árbitros para que siempre gane el mismo equipo. Los últimos en llegar parece que quieren cambiar algo -sin matarse-. Pero no sé si tendremos éxito o si ayudaré a que los españoles con menos recursos dejen de ser esquilmados.
Probablemente no. Moriré en la cama como un Alonso Quijano gordezuelo, con la sensación de haber fracasado en esto en concreto, como en otras tantas cosas.
Pero lo voy a seguir intentando toda la vida, a sueldo o gratis. Esto ya no es un trabajo. Es una misión. Si tengo que ser el tipo que sujeta las estacas a Van Helsing, que así sea.
Como dijo Sancho, "la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía".