¡Feliz cumpleaños a Renfe! (pero también a Adif, que la cosa tiene miga)
En el que se descubren celebraciones compartidas y donde te sorprendes de que el nuevo modelo de liberalización ferroviaria se parezca vagamente a lo que ya propuso Cambó en 1918.
Estos días estamos de celebración. Cumple 80 años la marca Renfe, algo que es motivo de alegría para todos los españoles que hemos utilizado sus servicios a lo largo de nuestras vidas. Yo, concretamente, tengo clavada en la memoria la línea C5 de Renfe que me llevaba desde Móstoles a Laguna, desde donde cogía la Circular para llegar a Ciudad Universitaria. En mis mejores días, 40 minutos puerta a puerta.
Cuando a Roger Senserrich le preguntaron cuál fue su coche durante el Instituto, su respuesta fue la misma que podía haber dado yo: “Renfe serie 447”. Diría que en la C5 tuve más la 446, pero todavía no he llegado a ese nivel ferroviario. El caso es que, por este tipo de cosas, es difícil que Renfe o “la Renfe” no tenga un hueco en nuestros corazoncitos.
El problema lo tenemos a la hora de determinar los cumpleaños. Está claro que, como marca, lo más razonable es que Renfe festeje el 80 aniversario. Pero como compañía las cosas no son tan sencillas. Ni mucho menos.
La propia Wikipedia marca una diferencia, con páginas diferentes entre Renfe Operadora y la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles (Renfe), que considera “extinta y reemplazada por Renfe y Adif”, en cumplimiento de las normativas europeas sobre transporte ferroviario.
Pero hagamos un poco de Historia. La Renfe original, creada el 24 de enero de 1941 por la Ley de Bases de Ordenación Ferroviaria y de los Transportes por Carretera, fue un producto de la guerra civil, una nacionalización llevada a cabo por el bando sublevado después de la victoria militar que le supuso heredar y rehabilitar una infraestructura hecha fosfatina. Pero la idea venía de atrás.
Francisco Cambó y Batlle, ministro de Fomento del gobierno de concentración presidido por Antonio Maura, ya propuso sin éxito en 1918 nacionalizar los ferrocarriles, con una explotación por parte de compañías privadas bajo el control de una comisión ferroviaria --oh, paradojas, se trata de un concepto no tan diferente al del proceso de liberalización que entró en vigor el pasado 14 de diciembre--.
¿Por qué querían nacionalizar entonces? Básicamente porque las compañías privadas que gestionaban el servicio eran ineficientes, invertían poco en nuevas líneas y en mantenimiento, contaban con un parque móvil viejuno y, para colmo, se encontraron con un exceso de demanda y con unos precios del carbón disparados durante el periodo de la Primera Guerra Mundial. Las cosas mejoraron un poco en los años siguientes, pero la posterior nacionalización franquista tenía ya muchas traviesas puestas.
El caso es que, en enero de 2005, la Renfe con siglas se divide en dos. Por un lado, la sociedad cambia de nombre en el marco de la Ley 39/2003, de 17 de noviembre, del Sector Ferroviario, que no entra en vigor hasta enero de 2005.
Dicha ley reza: “La entidad pública empresarial RENFE pasa a denominarse Administrador de Infraestructuras Ferroviarias y asume las funciones asignadas al administrador de infraestructuras ferroviarias en esta ley”. Al mismo tiempo, se extingue la entidad pública empresarial Gestor de Infraestructuras Ferroviarias (GIF), que se subroga todos sus derechos y obligaciones y pasa a ser titular de todos sus bienes. Más adelante, en 2013, se quedó también con la red nacional de vía estrecha (FEVE).
Paralelamente, surge una nueva empresa, RENFE Operadora, con personalidad propia, con su nuevo estatuto y heredando la marca comercial. ¡Pero aunque se queda con el nombre y la marca las siglas dejan de estar asociadas! Porque la “red” de la expresión “Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles”, de la que deviene el extinto acrónimo, es un activo de Adif.
Así, es conveniente señalar que, aunque Renfe como marca cumple 80 años, la Renfe “empresa”, Renfe Operadora, con sus atribuciones actuales, cumplió su décimo quinto aniversario el año pasado.
Este tema les importa bien poco a los clientes, que rara vez ven más allá de la marca con la que contratan los servicios que utilizan. Pero en empresas con tanta cultura heredada puede suponer cierto resquemor que Renfe parezca la única depositaria de un legado que, en la práctica, y con el volumen de activos y responsabilidades en la mano, pertenece también a Adif. Y en buena medida.
Celebremos pues los españoles el 80 aniversario de la marca Renfe y festejemos que estará acompañado por el lanzamiento de su nuevo servicio low cost, Avlo, en el marco de la revolucionaria liberalización del sector ferroviario que se avecina en España. Y seguro que después salen ellos fuera a comerse el mundo con las lecciones aprendidas aquí.
Pero si te gustan las historias un poco más complicadas, reserva un huequecito en tu corazón para unas estaciones que ya no son de “la Renfe” sino de Adif y que se preparan para una transformación radical. ¿El objetivo? Transformarlas en auténticos centros de vida y hacer hueco para que entren nuevos competidores para aprovechar al máximo la red y bajar precios.
Guarda también algo de afecto para unos servicios de Circulación que están llegando a cotas nunca imaginadas, ya no sólo por su impacto en el desarrollo del día a día o de la liberalización, sino porque disponen de tecnologías que permiten tener ya un Centro de Regulación de Circulación Multi-Red como el de León.
Para unos despliegues de infraestructuras que en los últimos años vuelven a funcionar a toda máquina (nunca mejor dicho) y que el lunes celebran un nuevo hito con la puesta en servicio del tramo Elche-Orihuela de la LAV Madrid-Murcia.
También para todos los profesionales que están dedicados en cuerpo y alma a la transformación de la organización, al refuerzo de la cultura de seguridad y al mantenimiento de unas líneas que son fundamentales para la cohesión territorial.
Y, claro está, hay que dedicar unas cañas telepáticas a todos esos campeones que mantuvieron despejadas las líneas durante la borrasca Filomena con las piernas hundidas en la nieve, y a todos los profesionales que, más o menos a la vista de todos, ayudaron al restablecimiento de la normalidad. Esos héroes ocultos que hacen que los trenes lleguen a su hora y que siempre dan lo mejor de sí en los momentos importantes.
Adif ya no se llama Renfe, pero forma parte de la misma historia de servicio público que comenzó hace ya 80 años. Y esa herencia es una parte esencial de lo que es, especialmente para muchos de los trabajadores de la compañía que se pasaron la vida ayudando a construirla y haciendo honor a todo lo que representa.
Teniendo en cuenta todo esto hay que decir también que, mucho más apasionante que su pasado, es el futuro que se nos presenta a todos, a Adif y también a Renfe, para llegar a una nueva edad de oro del ferrocarril. Para que este modo de transporte se convierta, como dice siempre mi presidenta, Isabel Pardo de Vera, en el centro de una nueva revolución de la movilidad segura, resiliente, sostenible y conectada. Y va a ser divertido formar parte de eso.