Descorchify: vino y periodismo
En el que aprovechamos para hacer publicidad de una caja de vinos a pesar de que, según indica cierta canción popular, y en un contexto de pam param pan pan, somos unos animales.
Mi amigo Pascual Drake no es exactamente mi amigo. Cuando entré en Actualidad Económica, circa 2008, él se estaba yendo. De hecho, mi llegada coincidió con la salida de varios redactores espectaculares y yo iba a ser uno de sus múltiples sustitutos. Lamentablemente, fui el único y, como el sombrero de Indiana Jones, logré entrar casi de milagro. Si sustituir a alguno de ellos era un reto, sustituirlos a todos constituía una imposibilidad metafísica.
Afortunadamente, la grey de La Económica nunca necesitó de perros pastores. Éramos, y somos, mucho más que una casualidad en nuestra vida laboral. Nuestro grupo de WhatsApp es el lugar de referencia para los peores chistes que jamás leeréis, pero también de los que más me hacen reir. Es un grupo que podríais entregar con la conciencia tranquila a la UCO o al censor más inclemente. Ellos saldrían confundidos y, nosotros, indemnes. Y así, de forma ligeramente desarbolada, logré conocer un poco a Pascu, el mejor de los Drakes. Mucho mejor que el corsario, el astrónomo o el cazavampiros.
Si digo que Pascu no es exactamente mi amigo es porque un verdadero amigo se hace a vinos, a golpes o a las chapas. Los vinos pueden ser cañas, para los golpes vale cualquier pelota y puntúan como chapas las narraciones de divorcio o las historias sobre cómo el autobús interurbano en España es un chiringuito fuertecito que deberíamos extirpar de nuestras vidas.
Como no he comido nunca con él y cada una de nuestras interacciones ha estado acolchada de personas excelentes a las que ambos adoramos, poner asterisco a nuestra amistad es imprescindible. Pero le he leído tanto, y le admiro tantísimo, que podéis usar uno chiquitito.
Si Marta García Aller es nuestra estrella en vigor, y la hija de Loreto nuestra cumbre colectiva en cuanto a impacto mediático, Pascual es el más divertido de todos nosotros. Y uno de los que mejor escriben. “¿Y dónde puedo leer a semejante titán?”, os preguntaréis. Pues en la newsletter de Descorchify, con diferencia el mejor boletín corporativo que se escribe en España.
No sé si Pascu tiene ya dispuesto en el testamento que le han de enterrar en una bodega, al pie de una cuba con un grano de uva en el paladar. Pero que le gusta el vino está claro. Porque Descorchify es, de todas las cajas de vino por suscripción, la mejor contada.
Lamentablemente, yo reacciono muy mal a los taninos del tinto. Cuando se habla de los famosos “días de vino y rosas” seguramente se piensa en gente como yo, que nos ponemos de color rosa cuando bebemos vino. Pero tampoco me interesan los toros y me leí cada crónica de Joaquín Vidal que cayó en mis manos.
Si hago todo este preludio es porque en su última edición, además, ha hablado de periodismo y de vino, lo que me ha hecho reflexionar mucho y darle una vuelta a un concepto o dos. Permitidme que le robe unos párrafos:
Las listas de grandes vinos las hacen críticos que se dejan llevar por los amiguismos,
(“este crítico cata con el corazón, no con la cabeza”, escuché sobre un gurú…)
o que aceptan publicidad pagada por las mismas bodegas a las que tienen que evaluar,
o por periodistas agasajados con grandes viajes de las bodegas,
o que no han pagado en su vida por un vino porque siempre se lo han regalado.
Encontrar un periodista del vino que se pague sus vinos y sus viajes es más difícil que encontrar verdejo decente en el lineal de un supermercado.
Hay cientos de vinos y bodegas que jamás saldrán en esas guías ni tendrán hueco en la columna de opinión del crítico de turno.
¿Porque no se lo merecen?
Porque pasan,
o porque no tienen recursos para pagar una comida a la prensa chic en la barra del chef de moda Madrid.
Con los años esto se está poniendo aún peor, porque ahora han llegado también los influencers del vino a dejarse agasajar y entrar en el mismo juego.
Cada día es más difícil saber qué vino es bueno y cuál es el resultado de una campaña de marketing.
Nunca hubo un acceso tan grande a la información y nunca fue tan fácil ser engañado.
Yo, mientras tanto, sigo vadeando la plétora de inoportunos aquí.
___¿Dónde?
Por supuesto, si os gusta el vino debéis pulsar en el ‘aquí’ de forma urgente. No me llevo nada por hacerlo, pero vosotros sí.
Si nos saltamos la parte de vendernos botellacas, su reflexión me ha encantado porque habla de algo que me fascina: de cómo el periodista tiene una función, se ejerza o no. Y esa función es muchísimo más palpable precisamente cuando no se ejerce o se hace mal. Su ausencia es casi tangible.
Soy el primero que, durante años, acudió a viajes corporativos en busca del nuevo mejor móvil, o incluso del nuevo mejor centro de datos. He visitado plantas de extracción de diamantes de Botswana y fábricas de móviles de Shenzhen. He pateado un balón de fútbol en el campus de Microsoft y recorrí Japón y Corea cuando el 3G era una promesa que ellos ya habían cumplido. Viví de sobra aquel dicho sobre viajar a los mejores hoteles para llevar a casa lentejas.
En La Económica, además de los chistes horrorosos sobre vacas, éramos adalides de los emprendimientos pequeñitos, de nuestros ‘Así triunfa’. Probablemente ninguna empresa ha puesto nunca más dinero a los medios en los que he trabajado que Telefónica, pero aún así yo no dejaba de publicar cositas de Pepephone, Telecable o Suop Mobile.
Me hice de Samsung porque el Note me dejaba garabatear, pero también porque Apple dejaba de invitarte a las movidas de prensa o de enviarte móviles de prueba si tus palabras no tenían un gran componente de succión húmeda. “Pues nada, no viajo con ellos”, resolví. Total, para pescar clicks facilones o preparar reportajes en un mensual no hacía falta moverse.
Nota: Quede claro que con esto no quiero decir que los periodistas que siguen a Apple y viajan con Apple sean unos pelotas o unos vendidos. Pero encajas mucho mejor en ese mundo si eres un verdadero fan de la manzanita. No es tanto que paguen para cambiar tu opinión, como que subvencionan sólo a aquellos que piensan exactamente lo que ellos quieren. Totalmente legítimo.
Puedes calificar lo que hace Descorchify como el clásico modelo de suscripción vertical de cajas de suscripción temáticas o curadas. Pero, para mí, es más periodismo sobre vinos que casi todo el periodismo sobre vinos.
Sin Pascu, no sabría de la superioridad moral que supone hoy en día pedir godello, que Ramón Bilbao te puede secuestrar como a una sabina en el Botánico; que hay vinos Rapunzel, susceptibles de ser liberados; que no todas las chelistas se dedican a los gusanos, como mi prima, y que algunas se dedican a las cosas de la viña…
Mil historias en mil correos distintos, elegantes y magníficos. Si veis los primeros correos que me enviaron, hace casi tres años, son como un mosto en comparación con los que escribe ahora. Nivel “echo de menos las newsletter de la caja por suscripción de un producto que no me termina de gustar y quiero que el señor que las escribe termine ya sus vacaciones”.
Pascu no ha conseguido que me guste más el vino, pero ha logrado que me guste más Pascu. Porque se empeña en llevar vinos desde el viñedo a tu casa “quitando ruidos, expertos, puntuaciones, sabiondos, influencers, expertos, sumilleres plastas, enólogos engolados, guías que te lían, medallas que regalan...”
Y aunque a veces se frustre con el periodismo de vinos, lo que Pascu no podrá quitarle nunca a Descorchify es el periodismo. Porque él es periodista y es también Descorchify.
Brindemos por eso.
Espero que estés pasando un día enorme,
Miguel Ángel Uriondo
P.S. El texto no va sobre la empresa, no tengo ni idea de quién pone la pasta o la gana en Descorchify. Va sobre una newsletter. No es lo mismo.