Trump, los periodistas y La Gestalt
En el que hablamos de cómo una forma muy profesional de interpretar la realidad puede enmascarar sus defectos.
Mientras ejercía el periodismo siempre creí que una de mis obligaciones era no dejar mal a la gente a la que entrevistaba por cuestiones de forma. Intentaba “traducir” sus palabras y convertirlas en frases y párrafos más coherentes. Los seres humanos somos, a menudo, ineficientes en la comunicación, y si transcribimos literalmente las cosas que decimos nos encontramos con cosas a menudo incoherentes.
Durante años dije que el gran problema de los programas de transcripción de voz a texto tenía que ver con que la literalidad absoluta es ridícula y ofrece malos resultados. Si es realmente literal, te pasas más tiempo eliminando repeticiones o pequeños balbuceos del párrafo de lo que te habría costado mecanografiarlo. La IA ha ayudado a que este tipo de cosas se arreglen, y apuesto a que mis hijos dictarán más que mecanografiarán en el futuro.
Del mismo modo, siempre me enseñaron que en las elecciones había que tener un cuidado escrupuloso por evitar el partidismo, por tratar a ambas partes del mismo modo, por buscar una supuesta “objetividad” inexistente como realidad pero recomendable en tanto que objetivo.
Tenía cierto sentido cuando los candidatos, por extremos que fuesen, podían caracterizarse por una cierta coherencia entre lo que decían y lo que escribías sobre ellos. Margaret Thatcher podía parecerte una bruja o el mejor invento desde el pan de molde, pero si decía algo y los medios lo recogían existía una coherencia natural. Podía no gustarte lo que decía, pero lo que leías se correspondía frecuentemente con sus palabras.
Sin embargo, cualquiera de estas dos cosas suponen un problema sustancial en el universo mediático en el que nos encontramos.
Y es que los medios de comunicación aún no han encontrado el capítulo del libro de estilo que necesitan para lidiar con un personaje como Donald Trump.
Con la fórmula tradicional, los periodistas que asisten a sus mítines suelen hacer algo que yo habría hecho en su lugar. Intentar inferir significados. Porque sus jefes protestarían si sus titulares siempre fuesen: “Octogenario naranja con problemas cognitivos vuelve a divagar en público”.
Pero permitidme poneros un ejemplo. Associated Press titulaba el pasado 6 de septiembre: “Trump sugiere que los aranceles pueden ayudar a resolver el incremento de los costes de crianza de los hijos en un relevante discurso económico”, tras un discurso del candidato naranja en el Economic Club de Nueva York.
Puedes preguntarte qué diablos tienen que ver los aranceles con esto, o incluso puedes decir abiertamente lo contrario, que si hay aranceles elevados los precios de muchos productos se elevarán mientras se vaya ajustando a las nuevas necesidades la cadena de producción local. Pero al menos ese titular tiene apariencia de coherencia.
Hasta que lees la transcripción de lo que dijo realmente Trump frente a la pregunta “¿puede comprometerse a priorizar la legislación para hacer asequible el cuidado infantil asequible? ¿qué pieza específica de legislación desarrollará?”
Bueno, yo haría eso y estamos sentándonos, sabes, yo era, eh, alguien, tuvimos al senador Marco Rubio y mi hija Ivanka fue tan, eh, impactante en ese tema, es un tema muy importante, pero creo que cuando hablas sobre los tipos de números de los que estoy hablando, porque mira, el cuidado infantil es cuidado infantil, es que no podrías, sabes, es algo, tienes que tenerlo en este país, tienes que tenerlo. Pero cuando hablas de esos números en comparación con los números de los que estoy hablando, al gravar a las naciones extranjeras a niveles a los que no están acostumbradas, pero se acostumbrarán muy rápido, y no va a detenerlas de hacer negocios con nosotros, pero tendrán un impuesto muy sustancial cuando envíen productos a nuestro país. Esos números son mucho más grandes que cualquier número del que estamos hablando, incluido el cuidado infantil, que va a encargarse, vamos a, espero no tener déficits en un período de tiempo relativamente corto, junto con las reducciones de las que te hablé, sobre el despilfarro y el fraude y todas las otras cosas que están ocurriendo en nuestro país. Porque tengo que quedarme con el cuidado infantil, quiero quedarme con el cuidado infantil, pero esos números son pequeños en comparación con los números económicos de los que estoy hablando, incluyendo el crecimiento, pero el crecimiento también encabezado por lo que es el plan que acabo de decirte. Vamos a recaudar billones de dólares, y por mucho que se hable del cuidado infantil como de algo caro, relativamente hablando no es muy caro comparado con los números de los que estamos hablando. Vamos a convertir esto en un país increíble que pueda permitirse cuidar de su gente, y luego nos preocuparemos por el resto del mundo. Ayudemos a otras personas, pero vamos a cuidar de nuestro país primero. Esto es sobre América primero, es sobre hacer a América grande de nuevo. Tenemos que hacerlo, porque ahora mismo somos una nación fallida, así que nos encargaremos de ello. Gracias, muy buena pregunta, gracias.
Entiendo que no lo habéis terminado porque es, a todos los efectos, la divagación de un anciano sociópata. Y aunque de haberme visto obligado a escribir un titular a lo mejor yo también habría escrito lo de ligar el cuidado infantil a los aranceles, cosa que hace vagamente, lo cierto es que su respuesta no deja de ser una chaladura. Una versión senil de aquel concepto tan periodístico del “¿Adonde vas? ¡Manzanas traigo!”.
Por supuesto, hay medios que escriben sobre esto y que intentan trasladar la incoherencia de los mensajes de Trump, pero la mayor parte de las piezas que se publican sobre él no dejan de estar escritas por periodistas de la Gestalt que, ante la falta de sentido, lo construyen.
Me los imagino a la salida del evento “negociando” entre ellos cuál era el titular escogido, algo que se hace a menudo en la profesión. Y llegando a la conclusión de que esta relación arancel-cuidado infantil era lo único mínimamente potable.
Últimamente Trump está reaccionando a los comentarios de quienes critican su incoherencia afirmando que no son divagaciones. Es genio. Lo que él hace de forma brillante, en su opinión, es generar un tapiz narrativo mágico en el que consigue “unir los puntos” de manera magistral.
Lo curioso es que, aunque obviamente miente y son sólo lo delirios de un señoro, son los medios quienes a menudo unen los puntos por él. ¿Dice barbaridades? ¡Hagamos que suenen a menos locas!
Ante el momento meme del debate, en el que insistió en el que los inmigrantes haitianos legales que viven Springfield (Ohio) se comen a los perros y gatos de sus vecinos, hubo grandes dosis de fact-checking. Pero el titular de un debate en el que se dice algo así no puede ser sutil. ‘Candidato gagá se burla de los votantes estadounidenses repitiendo mentiras imbéciles en un debate’ es apropiado.
Aunque es un poco largo.
Por cierto, recordemos que en eventos posteriores Trump ha demostrado que no sabe que los haitianos proceden de Haití y ha asegurado que se los ha enviado Venezuela.
Falsa objetividad
En algún momento, los periodistas entenderemos que la objetividad no pasa por tratar a dos candidatos por igual cuando no son iguales. Que un señor al que se mide en número de mentiras POR MINUTO -esta rueda de prensa con 162 mentiras en 64 minutos apenas fue un récord- se merece un trato especial. Hablamos de alguien que acaba de provocar una carta en la que más de cien altos cargos republicanos con responsabilidad en seguridad dicen al unísono: “cómo presidente, provocó el caos a diario en el Gobierno, alabó a nuestros enemigos y minó a nuestros aliados, politizó al ejército y menospreció a nuestros veteranos, priorizó sus intereses personales sobre los interes de América y traicionó nuestros valores, nuestra democracia y las normas sobre las que se basa este país”.
Como dice a menudo Roger Sensérrich en su recomendable newsletter, los medios criticaron cada pequeño descuido de Joe Biden, y cada muestra de su patente deterioro cognitivo, pero cualesquiera que fuesen no son comparables al muestrario de locura desencadenada, aunque cada vez menos energética, que despliega nuestro villano menos favorito.